9 octubre 2024

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Homenaje a Luis Caballero

Uno de los grandes pintores del siglo XX en Colombia murió el 19 de junio de 1995. Este es un recorrido por su vida y un homenaje a su obra.

Hace 25 años murió Luis Caballero, uno de los pintores más importantes del siglo XX en Colombia y, sin duda, un dibujante excepcional. Para rendirle tributo, la Galería El Museo inauguró el 19 de junio (fecha de su muerte) una exposición que recorre su obra desde la época de los tornasoles, de 1966, hasta sus últimos días.

Muestra cómo Caballero pasó de los colores vivos y las formas planas del pop a formas y tonalidades que lo acercaron a grandes maestros de la pintura clásica. Obras que muestran el erotismo, el martirio y la violencia, temas recurrentes en gran parte de su trabajo, que terminó en la llamada época negra, cuando desarrolló un síndrome cerebeloso. Ante la imposibilidad de tomar un lápiz porque la mano le temblaba, se servía de un pincel que empapaba en tinta y con él realizaba trazos dramáticos.

La muestra presenta, además, unos dibujos pornográficos poco conocidos. “Son escenas porno dibujadas, en carboncillo o en óleos diluidos, que vienen de la memoria, a diferencia del resto de su obra, que se basa en un modelo o una fotografía”, señala Luis Fernando Pradilla, director de la galería. También expondrán estudios que sirvieron de base a creaciones ya definitivas. Aproximadamente 200 obras estarán expuestas hasta finales de agosto.

Caballero nació en Bogotá en 1943. Pasó los primeros años de su infancia y adolescencia entre Madrid y Bogotá. Su hermana Beatriz recuerda que Luis y su hermano Antonio  comenzaron a pintar desde muy niños. Además su padre, el escritor Eduardo Caballero Calderón, lo acostumbró a visitar museos, como El Prado. A veces Antonio y Luis llevaban caballetes para copiar los cuadros.

Eso hizo que desde temprana edad Luis no solo desarrollara su talento natural para el dibujo, sino también adquiriera una vasta cultura que se reflejó de una u otra manera a lo largo de su carrera. Como recuerda su hermana, “de niño y adolescente visitaba las iglesias. Sabía cuáles cuadros eran de Vásquez y Ceballos, cuáles de los Figueroa. Nunca dejó de estudiar historia del arte.

Beatriz González, una de las más grandes artistas colombianas y además historiadora, años más tarde fue condiscípula suya. Considera que Luis era un ave muy rara. “Él representa una conjunción de habilidades manuales e intelectuales, y eso viene de su conocimiento, desde muy niño, de los museos. En él se juntaron una cultura muy amplia con un gran talento, y eso es muy extraño en el mundo de los artistas”.

Cuando cumplió 16 años dijo que quería ser pintor. Su padre llevó a su casa a la crítica de arte Marta Traba para que examinara los cuadros de su hijo y le diera su opinión. Ella, que en aquel tiempo era como la papisa del arte moderno en Colombia, manifestó que sí tenía talento, un espaldarazo muy grande para que Luis Caballero hiciera realidad su sueño.

En 1961 entró a la escuela de arte de la Universidad de los Andes, donde estuvo año y medio. Como recuerda Beatriz González, “él apareció de pronto. Vi un tipo con unas gafas enormes que le leía a unas niñas ‘La Ilíada’ y yo me dije: ‘otro loco por las humanidades, como yo’. Empezó a ir a las clases de historia del arte que dictaba Marta Traba, y allí nos descubrió a Camila Loboguerrero, a Gloria Martínez y a mí. Nosotras lo adoptamos; éramos como las mamás que lo cuidábamos. Allá tuvo como grandes maestros y mentores a Marta Traba, profesora de historia del arte, y a  Juan Antonio Roda, decano de la escuela, gran pintor y dibujante excepcional.

A Eduardo Caballero Calderón lo nombraron embajador ante la Unesco, por lo que la familia se trasladó a París. Caballero continuó sus estudios en la Academia La Grande Chaumière, donde conoció a la pintora estadounidense Terry Guitar, con quien se casó. Ella le presentó el expresionismo abstracto y el pop art, a artistas como Allen Jones, Willem de Kooning y Francis Bacon, lo que le abrió a Caballero la mirada al arte de Estados Unidos y Gran Bretaña.

En 1966 hizo su primera exposición en la galería Tournesol y regresó a Bogotá. Dictó clases de dibujo en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y de pintura en Los Andes. En 1968 ganó el Gran Premio de la Bienal Iberoamericana de Arte de Medellín, el galardón más importante que entonces se entregaba en América Latina.

Con el dinero del premio compró dos pasajes a París y con su esposa se fue a buscar fortuna. Allá comenzó a cambiar su pintura. Del estilo pop poco a poco pasó a figuras humanas sin rostro, parejas que no se sabe si se atraen o se rechazan. La imagen femenina comenzó a desaparecer y así su obra se centró en el cuerpo masculino. En su trabajo son muy claras las referencias a grandes maestros del arte universal. Como señala Pradilla, “es un artista a la vez clásico y contemporáneo”.

Su muerte, cuando apenas tenía 52 años, truncó una carrera que apenas comenzaba a madurar. Como señala su hermano Antonio en el texto que escribió en el libro Luis Caballero (Villegas Editores, 2007), “dejó de pintar a los 50 años, que es cuando los pintores empiezan a ser buenos. De las virtudes que señalé al principio (del texto) –la ambición, el talento, el trabajo y la suerte– lo abandonó la suerte”.

Quienes lo conocieron señalan que era muy introvertido. “Uno le decía cualquier cosa y se sonrojaba”, recuerda Pradilla. Con todo y su hermetismo y su timidez, era muy risueño y generoso. A pesar de su fama y de que su obra estuviera en galerías del mundo entero, llevaba una vida muy sencilla con sus gatos, rodeado de sus amigos y sus modelos. “Él era muy crítico, como yo, no tragaba entero”, señala Beatriz González.

Pradilla considera indispensable mantener su legado. “Cuando la gente se aproxima a su obra encuentra una reflexión de contemporaneidad”. Beatriz González piensa que Luis Caballero tiene mucho que decirles a los artistas de las nuevas generaciones. “En este momento en que se usa más que todo el computador, él es un ejemplo de que no todo pasa por la virtualidad”.

Luis Caballero traduce el legado del arte del pasado a un lenguaje contemporáneo que, 25 años después de su muerte, se mantiene fresco y vigente. 

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