Conocida como Luchita Hurtado, que falleció la noche del jueves por causas naturales a sus 99 años, en Santa Mónica, California.
Hurtado nació en Venezuela en noviembre de 1920 y pintó durante casi ochenta años de su vida a pesar de que el mercado del arte se demoró décadas en reconocer su talento. Una de las primeras grandes exhibiciones dedicadas a todo su trabajo (I Live, I Die, I will be Reborn– Vivo, Muero, Renaceré) ocurrió en la Serpentine Sackler Gallery de Londres el año pasado, cuando Hurtado ya tenía 98 años.
La exhibición retrató las distintas influencias que marcaron sus obras durante décadas: el surrealismo de principios de siglo, el muralismo mexicano al que se acercó cuando vivió en México en los años cuarenta e incluso su compromiso con el ambientalismo, más evidente en sus últimas obras.
Entre sus pinturas más conocidas está una serie de autorretratos, pintados en los sesenta, en los que su cuerpo se sumergía con paisajes naturales. En uno de ellos se ven sus piernas dobladas, los dedos de sus pies, y sus senos, como si fueran las dunas de un desierto iluminadas por una luna llena. Cuando la revista Time nombró a Hurtado como una de las figuras más influyentes del 2019, el curador Hans Ulrich Obrist escribió que era urgente mirar al trabajo de ella para entender cómo “el cuerpo humano es parte del mundo, y no separado de la naturaleza.” En sus autorretratos, además, Hurtado no pintaba a la mujer que veía en un espejo o en sus fotos. Ella pintaba su cuerpo desde el ángulo más íntimo que podía: el cuerpo que veía cuando agachaba su cabeza.
Cuando Luchita tenía ocho años, su familia abandonó Venezuela y viajó a Nueva York. Su madre, quien trabajaba como costurera, esperaba que su hija siguiera sus pasos. “Nunca le dije a mi madre que estaba viendo clases de arte, ella pensaba que estaba en clases de costura. Yo amaba coser, pero pensaba que era una pérdida de tiempo,” dijo.
Hurtado, quien luego estudió en la escuela de Bellas Artes Art Students League, trabajó para periódicos y revistas, pero siempre orbitó cerca a los círculos más poderosos del mundo del arte moderno. En Nueva York fue amiga del gran escultor japonés-americano Isamu Noguchi, y del surrealista chileno Roberto Matta; en Ciudad de México, a donde llegó en los años cuarenta, se acercó a Frida Kahlo y a la pintora Leonora Carrington. Además, Hurtado estuvo casada con el artista surrealista Wolfgang Paalen y luego con el famoso abstraccionista americano Lee Mullican, con quien tuvo dos de sus cuatro hijos, que hoy en día también son artistas.
Hurtado se mudó a Los Ángeles con su familia en 1951 y participó en pocas exposiciones, a veces invitada por pioneras del arte feminista en Estados Unidos como Judy Chicago y Dextra Frankel. Pero durante varios años dejó de exhibir su trabajo, mostrando sus obras excepcionalmente a algunos amigos. “Siempre me sentí tímida,” explicó el año pasado a The New York Times. “Era un tiempo en el que las mujeres no mostraban realmente su trabajo.”
Luchita Hurtado volvió a una galería de Los Ángeles en el 2016 después de que Ryan Good, quien estaba organizando la obra del fallecido Mullican, encontró más de 1.200 obras producidas por Hurtado que nunca se habían exhibido. Good logró promoverla como nadie lo había hecho en décadas, y pronto le siguió otra exhibición en la bienal de Los Ángeles del 2018, una más pequeña en Nueva York, hasta por fin saltar a la gran retrospectiva de toda su obra en Londres. La celebrada exposición iba a llegar este año al Museo Tamayo de la Ciudad de México, pero tuvo que cancelarse por la pandemia. “Mi arte es un diario,” dijo Hurtado en una entrevista el año pasado, cuando no podía creer que la fama hubiera llegado a sus 98 años, después de ocho décadas de trabajo. “Y es lo que ahora dejo”.
Artista muy querida y cuyo reconocimiento llegó un poco tarde..