Es un paisaje de Montmartre que pintó al poco de llegar a la capital francesa y que permaneció en una colección particular desde 1920. El precio de salida es de aproximadamente 13 millones.
La venta, en Sothebys. Antes estuvo expuesto en Drouot, templo de las subastas en la capital francesa donde coexiste lo sublime con lo cotidiano, lo auténtico con la copia. El vangogh, un óleo de 46,1x 61,3 cm pintado entre febrero y marzo de 1887, al poco de llegar a París, solitario en la penumbra de la sala 9, con un alfombra roja a sus pies, se ofrecía a la vez que en otra sala se podía ver una copia de un pisarro (otro paisaje de Montmartre) por cien euros. Y en el sótano se exhibían una colección de 300 vaporizadores junto a 122 abrigos de piel…
Primera impresión, ratificada por otros visitantes del momento: «No parece un vangogh«. No hay estrellas rutilantes en un cielo azul, ni girasoles luminosos. De no saber quién es el autor, uno hubiera creído estar ante uno de los muchos paisajes de Montmartre pintados a finales del XIX cuando los pintores colonizan esta colina, hoy dominada por el Sacré Coeur.
Estamos en marzo de 1886. Vincent van Gogh llega sin avisar a París y se instala en casa de su hermano Théo que trabaja en una galería marchante. Un par de meses después, ambos se mudan al 54,rue de Lepic, entonces frontera informal entre el Montmartre urbano y el rural. «Es un apartamento bastante grande con una vista magnífica sobre la ciudad y las colinas. Con los efectos de las variaciones del cielo, hay para muchos cuadros», escribe Théo en una carta.
Además, está a 5 minutos a pie de los tres molinos conocidos como el nombre genérico de Molino de la Galette. Han perdido ya su uso original y sirven de merendero, sala de fiestas o café. (Por eso el Moulin Rouge tiene ese nombre tan raro a priori para un local de cancán). Inspirarán a muchos pintores del XIX como Renoir o Toulouse Lautrec. Estos pintarán el Montmartre de los cabarés y los bailes populares, Van Gogh el Montmartre bucólico. Quizá porque el tema le recuerda a los molinos de su tierra holandesa.
Entre febrero y marzo de 1887, Van Gogh pinta tres veces el más pequeño de los tres molinos. Tres vistas diferentes. Una está en el museo de arte del Carnegie Institute de Pittsburg, otra en el museo Van Gogh de Amsterdam. La tercera es la de la sala 9 de Drouot. A los empleados de Sothebys no hay quien les saque media palabra sobre el vendedor. Eso sí te venden el folleto trilingüe (francés, inglés, japonés) por 15€. Todo lo que se sabe sobre la propiedad cabe en dos líneas. Entre 1915 y 1920, el cuadro fue a parar a una colección particular. Uno de los descendientes de aquel comprador, lo vendió al actual. Nunca se ha mostrado en público.
Los tres molinos de 1887 revelan un cambio importante en el arte de van Gogh. En la academia donde se ha inscrito y en la tienda donde compra los materiales que lleva Julien Tanguy, Van Gogh conoce a Toulouse Lautrec, y la obra de Monet, Gaugin, Pisarro o Renoir. En enero de aquel año se encuentra con Signac con el que sale a pintar varias veces y quien le explica la teoría científica de la complementariedad de los colores, base del puntillismo.
Van Gogh no será nunca ni impresionista ni puntillista pero ese contacto le empuja a abandonar sus tonos sombríos de sus comienzos en Holanda. Su paleta se aligera, sus pigmentos se diluyen y la luz entra en sus cuadros. Si además de saberlo, quiere tener en el salón de su casa una muestra de este cambio, anímese y puje por «Escena de calle en Montmartre«.
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