Es un proyecto de restauración, pero también una invitación a reflexionar sobre los vitrales. Porque cuando uno entra en una iglesia, apenas presta atención a los detalles de las cristaleras aéreas o de los rosetones, a estas linternas naturales que dan vida y color a los templos. La catedral de Barcelona puso fin hace unos meses a casi cinco años de trabajos para rehabilitar 11 de estas columnas de luz, instaladas entre los siglos XIV y XIX. El paso del tiempo, la contaminación y las palomas habían hecho mella en estas obras de arte. Ahora vuelven a relucir. Y así, uno puede detenerse en los números del libro que sostiene Sant Joan, las llaves de Sant Pere o la lanza de Sant Jordi. Es un proyecto de restauración; y una ocasión inmejorable para realzar el arte del vitral. El resultado del proyecto de rehabilitación se ha compartido este miércoles con la prensa. Ante la fachada del siglo XIX esperaban, entre otros, el cardenal Joan Josep Omella y la vicepresidenta del Govern, Laura Vilagrà. A escasos metros, grupos de turistas sin tener muy claro si se podía entrar, A lo lejos, en la plaza, tres mimos agasajando a los forasteros. Pasadas las 10.30 horas ha llegado el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente. Todos juntos han pasado revista a la rehabilitación de la catedral, que incluye los vitrales y también la azotea, que ahora se ha convertido en un mirador de 360 grados de la ciudad. Ya se podía subir, pero el paseo estaba muy limitado. Ahora se puede dar toda la vuelta, con vistas a mar, montaña, Besòs y Llobregat.
Junto a unos vitrales del siglo XIX atiende el arquitecto Manuel Julià, uno de los responsables de la restauración de los 11 vitrales del ábside. Lo que se encontraron fue una reja metálica oxidada y destrozada, una estructura de piedra muy debilitada y unos cristales que se cogían a la vida gracias a un hilo transparente. «Estaba todo muy mal, quizás lo peor hayan sido las palomas», resume. Se desmontaron todos los elementos y se restauraron por partes. La piedra se pulió y se substituyó en los lugares en los que era insalvable, la verja se tiró a la basura y los vitrales se llevaron a dos talleres: Bonet, en L’Hospitalet, y Grau, en Montcada. Todo se volvió a colocar, añadiendo un cristal exterior de protección y una estructura interna que, en el futuro, facilitará la maniobra de los paneles en el que caso de que tengan que ser retirados siempre desde el interior de la catedral.
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