15 octubre 2024

Porque el arte siempre es noticia

Recordando a Fernando Vijande, un galerista de vanguardia

El genial y carismático galerista Fernando Vijande Brees nos abandonó en 1986 a los 57 años a causa de una leucemia. Vijande, que entró en el mundo del arte a principios de la década de los setenta, mantuvo desde el primer momento una línea original, apostando por los movimientos vanguardistas, pero fiándose más de sus propios gustos y criterios estéticos que de las modas del mundillo artístico. Por las dos galerías que dirigió han pasado los artistas más famosos y polémicos. En la actualidad estaba trabajando en el proyecto de una fundación en la que, entre otras cosas, se exhibiría el fondo de obra acumulado durante sus años de galerista.

En una entrevista, Vijande justificaba su trabajo en la siguiente clave personal, lo que explicaría la complejidad y extensión de su obra como galerista: «Me atrae el desafío de imponer mi gusto a los demás. Es algo que he analizado con mi psiquiatra, y resulta que, como todo el mundo, tengo necesidad de cariño, de aprobación, con respecto a lo que hago». Resultaba, sin embargo, que su gusto era esencialmente ecléctico. Su entrada en el mundo del arte no pudo ser más polémica. Corría el año 1970 y Vijande acababa de tomar las riendas de la galería Vandrés, y para celebrarlo organizó una exposición colectiva con el título Eros y el arte actual en España. A la misma acudieron más de un centenar de artistas. Al poco de abrir la sala, una denuncia anónima atrajo a la policía franquista, que empezó a mirar los cuadros que había colgados y a decidir si eran o no pornográficos.

En lugar de espaciar las más de 100 obras que seguían colgadas, Vijande decidió dejar el espacio vacío y poner un letrero que decía: «Este cuadro ha sido retirado por orden de la autoridad gubernativa». La policía volvió al día siguiente y retiró seis cuadros más, y siguió haciéndolo en días sucesivos. Finalmente, Vijande fue procesado por atentar a la moral, y su galería, clausurada.

En el juicio participaron numerosos intelectuales y artistas, y la sentencia, insólita para aquellos tiempos, estableció una diferencia entre erotismo y pornografía que, de alguna manera, reconocía por primera vez el derecho de expresión del artista.

El primer vídeo

Al mismo tiempo que organizaba estas muestras políticamente conflictivas, Vijande se propuso romper el aislamiento cultural que imperaba en España. Ya en 1971 presenta la primera exposición del artista español Antoni Muntadas sobre los subsentidos, la primera en España en la que se muestran vídeos. Han pasado menos de tres años desde que en 1968 el artista coreano afincado en Nueva York Nam June Paik hace su primera experiencia con vídeos.Vijande empieza a colaborar con jóvenes artistas que le han seguido hasta ahora, como Zush, Alexanco, Gordillo, Jardiel, Pérez Villalta y muchos otros. En 1973 le llega el primer espaldarazo internacional cuando asiste a la XIII Bienal de Sao Paulo acompañando al pintor Darío Villaba, que gana el premio de la bienal. Pero cuando realmente se convierte en un marchante profesional a nivel internacional es en 1980, con la exposición en el Museo Guggenheim de Nueva York titulada New images from Spain, para la que el prestigioso museo neoyorquino escoge exclusivamente a artistas de su galería, casi todos ellos representantes de la nueva figuración.

Ya en su segunda galería, que lleva su nombre, se ha dedicado a mostrar en Madrid el arte que se estaba haciendo fuera de España. Artistas como Mapplethorpe, Hödicke, Longobardi, Breakwell, o una de las últimas exposiciones, Psycho-Pueblo, el trabajo de los artistas del East Village neoyorquino, que nadie había mostrado en Europa. Con respecto al arte español, ha sido uno de los mayores promotores de la joven generación, en especial de pintores exponentes de la nueva figuración.

Pero quizá la exposición con la que consigue un mayor impacto en el público no especializado es cuando en 1982 consigue que el mítico Andy Warhol venga a Madrid para presentar en su galería su última obra.

Rodrigo Vijande, el hijo de Fernando, recuerda que, estando en el colegio, le pudieron como deberes realizar una entrevista a un personaje elegido libremente. Como habría hecho cualquier escolar, Rodrigo acudió en busca de ayuda a su padre, que rápidamente le concertó una entrevista con uno de sus amigos. Solo que el amigo resultaba ser Andy Warhol, la entrevista se realizó en la Factory y acabó publicándose en El País antes de que el profesor -al que imaginamos perplejo- hubiera decidido la nota del trimestre para su alumno.

Y hablando de Warhol. En 1983, ustedes lo saben bien, el rey del pop art sacó a pasear su peluca rubia platino y su cámara de fotos por nuestro país. Lo que quizá no sabían es que el responsable de que recibiéramos tan ilustre visita no fue otro que Fernando Vijande, quien lo había convencido para que presentara en su galería los cuadros de la serie Pistolas, chuchillos y cruces.

“¿Por qué en Madrid?”, le preguntaron a Warhol a su llegada. “Porque estaba desesperado”, respondió él.

En la galería le montaron uno de los saraos fundacionales de la cosmogonía movidesca, al que acudió una variadísima parroquia en la que no faltaban los nombres de Javier Solana, Pitita Ridruejo, Ana Obregón, Isabel Preysler, Agatha Ruiz de la Prada, Manolo March o la infanta Margarita de Borbón. Si en términos de repercusión mediática aquello supuso un triunfo para Vijande, en lo comercial le ocasionó, en principio, una auténtica ruina.

“Warhol había accedido a exponer en España a cambio de que aquello que no compraran los coleccionistas se lo quedara la propia galería”, explica Helga de Alvear. “¡Pero es que no se consiguió vender ni un solo cuadro! Así que tuvo que pagarlos todos Fernando. Y solo un pequeño retrato de Warhol costaba un millón de pesetas de entonces, así que imagínate el dineral”. Por mucho que se cobrara 100 pesetas a los asistentes por entrar en la sala (algo desde luego insólito en una galería de arte, entonces y ahora) , no parece probable que se pudiera recuperar ni siquiera los costes de transporte y montaje.

La galería había adquirido en esta etapa un perfil más internacional. Que expusiera en ella la crema planetaria del arte contemporáneo como Jannis Kounellis, Nino Longobardi o el propio Warhol, que Diane Keaton acudiera a comprar una obra de la pintora Teresa Gancedo o que Keith Haring también se pasase por ahí en sus visitas a Madrid, no era algo que estuviera al alcance de cualquier mindundi con un local y unos cuadros en la pared. Cuando iba a Nueva York, a Vijande lo recibían con idéntico entusiasmo en los salones de Park Avenue decorados con cuadros impresionistas y los locales nocturnos más desmelenados. Esto incluía las discotecas de moda como Studio 54, pero también otros lugares menos recomendables que frecuentaba Robert Mappletorpe, otro de sus amigos neoyorquinos, al que también expuso en el garaje, y al que Rodrigo Vijande recuerda bien: “Mapplethorpe estaba muy ido de la olla entonces, y yo no me sentía muy cómodo en los ambientes que él frecuentaba. Aunque era divertido ir de discotecas con su asistente español, Javier Porto. Nos dejaban pasar en aquellas colas enormes que había: eso lo he intentado después yo solo, y no hubo manera de colarse”.

Al otro lado del Atlántico, en Madrid campaban ya los popes de la Movida oficial, así que no dudó nuestro hombre en ponerse a disposición de la causa. O, para ser más exactos, en conseguir que la causa se pusiera a su disposición. Fue toda una declaración de intenciones que su primera exposición en el garaje fuera El chochonismo ilustrado, debida al dúo neopop Las Costus. Las folclóricas y demás iconos camp de Enrique Naya y Juan José Carrero quedaba a años luz de del severo conceptualismo de Muntadas, el minimalismo de Sergi Aguilar o la exquisitez realista de Cidoncha y Bravo, e incluso del decadentismo excéntrico de Alberto Porta, Zush, que había creado su propio país e idioma, y acuñado una moneda ficticia. Pero era conveniente para navegar con los nuevos vientos que soplaban.

La ruptura con Kirby y la inauguración de la nueva galería sucedieron a la irrupción en la vida de Vijande de otra norteamericana decisiva: la comisaria Margit Rowell, que en 1978 se había plantado en Madrid con el encargo por parte del museo Guggenheim de organizar una gran exposición que mostrara el trabajo de los artistas españoles de la era post-Franco. Fue Vijande quien le sirvió de cicerone y le mostró unos alicientes del nuevo Spanish style que no tenían nada que ver con su escena artística: “En Ibiza probé el hachís por primera vez”, diría, y también explicó que Fernando seducía a hombres y mujeres por igual, aunque no lo utilizara en su provecho, “salvo en raras ocasiones”.

Reconozcamos que algo de provecho sí sacó él de su encuentro con Rowell, porque de los diez artistas que finalmente compusieron New images from Spain, inaugurada en el museo neoyorquino en 1980, siete pertenecían a su escuadra (entre ellos, Miquel Navarro, Carmen Calvo, Pérez Villalta, Zush o Muntadas) . De pronto, un puñado de jóvenes artistas españoles asaltaba el centro mundial de la modernidad, ubicándose bajo el foco de los críticos, comisarios y galeristas más influyentes. “Pero cuando alguna galería de Nueva York o Chicago nos tentaba con alguna oferta, Fernando decía: no, no, vosotros estáis conmigo”, recuerda con humor Miquel Navarro. “Y como en esta vida todos nos debemos cosas, si yo a él le debo el cariño y respeto con el que siempre me trató, él me debió la fidelidad que le mostré al quedarme a su lado ”.

Hacía unos años que Vijande había fichado como mano derecha a Blanca Sánchez, amiga de Pedro Almodóvar y Alaska, que eran unos de los principales agentes provocadores de la Movida. Y definitivamente cambió el coto privado de transgresión burguesa por el mucho más difundido oropel ochentero, que mezclaba al nuevo establishment socialista con el petardeo del Rockola. Para que nos entendamos, supo atraerse todo el rango que abarcaba desde Felipe González hasta Fabio McNamara. Josefa, el ama de llaves que acompañó a Vijande durante casi toda su vida adulta, se avergonzaba de que por la calle la saludaran aquellos hombres pintados como prostitutas del Raval. González, que la trataba de usted y la llamaba “señora”, era mucho más su estilo, definitivamente.

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